Yo una vez fui a una casa muy linda, muy linda. Que lo mejor que tenía era la biblioteca: gigante, alta, con estantes hasta el techo, llena de libros. El libro que quieras, de todos los tamaños, de todos los temas, en varios idiomas. Hermosa.
Ahí estaba yo, eligiendo cada palabra en la conversación, convencida de que unos anfitriones con semejante bagaje cultural deberían ser personajes ilustrados. Halagándole la colección. Hasta que la dueña de casa se despacho:
-“Todos estos libros, ¿ves? Bah, la mayoría, los compramos por lotes, en casas de segunda mano, o a gente que los remataba. Hay de todo acá, porque llenar estos semejannnnnnnnntes estantes cuesta. Se nos fue la mano con el tamaño y los huecos quedaban horribles, así que los tuvimos que llenar. Los elegimos por el estado en que estaban, los que tenían la encuadernación mejor conservada…….”
Y remató:
-Yo los más lindos, estos grandotes de pintores, o estos otros de turismo, los dejé para ponerlos acá sobre la mesa ratona que quedan hermosos.
Y así……. me hizo acordar a aquella expositora que escuché atentamente en el congreso de Paraguay. Lo que contaba era interesante, y al final se despidió diciendo:
-“Bueno muchas gracias por su atención, ahora los invito a estirar un poquito las patas”.
Una lástima esa desafortunada frase final, porque ahora lo que me quedó fue esa oración y no lo que había expuesto. Pero si me acuerdo que ella era buena, el trabajo era bueno. Pero claro, la despedida fue implacable.
O me viene a la cabeza también, el día que salí con aquel chico, a desgana, por compromiso. Sin expectativas ante un deportista, vago y encarador. Y descubrí un tipo que había leído tal vez más que yo (no me puse a contar por orgullo), con mundo y calle. Hablamos 5 horas sin parar. Y entonces, que otra quedaba? Me casé.
Algunos parecen, pero no son. Otros son más de lo que parecen. Ser o parecer? Cuánto de cada?
viernes, 20 de abril de 2007
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