martes, 26 de junio de 2007

Matar al abuelito


Como ya he dicho en otras oportunidades, convivir con tres varones (dos hermanos y un primo), siendo la única dama (sin contar a mi madre) del hogar, puede ser fácil o difícil según el rincón desde el que se ojee.
Entre lo fácil de la coexistencia puedo citar el hecho de que nadie me usaba la ropa, tenía una habitación para mí sola, o que nunca me tocaba hacer los mandados pasada las 7 de la tarde porque, según les explicaba nuestro padre -es peligroso para su hermana-.
Dentro de los aspectos difíciles, recuerdo las escalofriantes sesiones de tortura a las que eran sometidas mis muñecas, el placer que les provocaba denigrar a cualquier muchacho que aparecía por casa solicitando mi presencia, o las cargadas infantiles con respecto a mis atributos físicos, que debí soportar durante la conflictiva etapa de la adolescencia.
Por orden de aparición, está mi primo C. (unos cuantos años mayor), luego mi hermano F., yo y por último mi hermano G. (unos años menor).
Entre mi hermano F. y yo hay menos de un año de diferencia. Bueno, en realidad casi un año (por media hora). Yo nací un 25 de marzo a las 23:30 y el un 26 de marzo del año anterior. Así las cosas, con ese hermano en particular la interacción era fuerte. Yo quería jugar con él, quería que él me de bola. Y él, bueno él era maquiavélico. Aprovechándose de mí ingenua idolatría me ponía al arco a atajar potentes penales que me dejaban el cuerpo lleno de moretones. Me hacía acomodar, con paciencia oriental, los 300 soldaditos de a uno sobre trincheras de libros y carreteras de rastis (esa era toda mi participación en el juego) para después entretenerse él solo con las batallas, me alentaba a tomar casi dos litros de agua sin sacar la boca del pico para ganar una apuesta (yo era su instrumento para la victoria). Y yo, a falta de otro ser coetáneo en la casa me sometía porque claro, estábamos jugando a algo.
A mi los juegos que mas me gustaban eran aquellos que tenía un vínculo social, los que se desarrollaban dentro de contextos antrópicos. Yo quería jugar a “la mamá y el papá”, a “la maestra”, a “la casita”. Todos juegos a los que él jamás accedió.
Pero un día, vino con una propuesta que me llenó de júbilo, y no pude más que aceptar de inmediato antes de que se arrepienta:
-Gorda, si querés jugamos al abuelito- me dice con cara de bueno.
Rescato, a su favor, que el apodo “gorda” tenía una connotación francamente amistosa. Cuando su objetivo era agredirme venía acompañado de un epíteto específico como ser: “gorda chancha, gorda bachicha o gorda bola”.
-Al abuelito? Y a eso como se juega- Lo miré extrañada
-Es un juego de esos que te gustan a vos, un juego de nena. Pero conste que vamos a jugar por que soy re bueno nomás- Ahí, es donde tendría que haber empezado a sospechar.
-Bueno, y como se juega?- Adviértase, que mi sometimiento era tal que aceptaba antes de saber siquiera de qué clase de juego estábamos hablando
-Es así, yo soy un viejito enfermo paralítico. Y vos, sos mi nietita que me cuidaba. Atenti al morboso argumento de la propuesta.
-Ah, bueno. Y qué, nos armamos la casita con sábanas?
-No, no hace falta, vale jugar por toda la casa. Ahora, ya empiezo a hacer de viejito y vos de mi nieta.
-Bueno, dale-
Confieso que estaba realmente emocionada con la invitación.
-Nnnnnietita, necesito ir a mi cama- me dice, mientras hacía ademanes intentando pararse.
Entonces, detengo el juego, salgo del personaje antes de empezar- pero tu cama está arriba. Nuestra casa tenía las habitaciones en el segundo piso, escalera finita y empinada mediante.
-Eeeee che!, querés jugar o no?
-Y si, pero si sos un viejo paralítico te tengo que llevar a upa.
-Y dale Gorda, si vos tenés polenta!!.
Cuando ocurrió esto debíamos tener 8 y 9 años, entonces no había una diferencia física muy marcada entre nosotros. Es más, yo era grandota y sólida casi de su misma altura y él una lombriz de piernas flacas y rodillas como nudos.
-Bueno- le digo.
Lo levanto como puedo, haciendo malabares llegamos al primer descanso. Amago con abandonar, él me alienta remarcando que tengo mucha fuerza y que algunos de sus compañeros de grado no podrían alzarlo como lo hago yo, y menos que menos subirlo hasta la planta alta. Yo me emociono por su reconocimiento, continúo. Llegamos hasta su habitación, lo acuesto en la cama.
-Grashiashhhhhhhh nietita, eres muy buennnna.
-de nada abuelito- hablábamos en neutro, lo considerábamos una condición cuando actuábamos. - Como me gushhhtaría ver unnn poco de televisión!!.
- Bueno, entonces debo llevarlo hasta la otra pieza (la de mis viejos).
- Ahhhh que buennnna nietita, seríashhh tan amable?- a juzgar por la forma de hablar, estimo que estaba poseído por un viejo con dentadura postiza, mínimo.
- Como no.
Mientras lo voy llevando hasta el otro cuarto, me salgo del personaje, una vez más, y le aclaro que me parece un vivo. El se ríe y me dice que está re bueno el juego, que no la arruine. Y yo con tal de seguir….
Lo acomodo, le enciendo la tele, le doy a la rosca esa que tenía hasta encontrar el canal. Si, dije rosca, dije “el canal”, hablamos de el año 85 (ponele) y de Corrientes, no había control remoto ni más opciones que el 13 (canal local de Corrientes) y el 9 (canal local de Resistencia).
- Bueno, ahí esta.
- Un vashhito de jugo por favor. Y….. unnnnas galletitas con mermmmmelada, si no es mucha moleshhhtia?.
Bajo, le hago todo. Pongo en una bandeja, se lo llevo.
-Uhhhh buenísimo, bueno ahí empieza el Súper Agente 86, no juego mas!- Así, “derecho viejo” sin despedidas, ni The End.
-Nooooooo!!, no vale abandonar- Yo estaba enfurecida
- Jijijijij- el infame sin inmutarse
- Sos un vivo, ya vas a ver cuando venga papá.
- Jijijijijij
Y claro, mi indemnización venía después, cuando llegaban mis padres del laburo.

Y no, no es que iba yo a alcahuetearles nada, porque ellos siempre nos decían - “No, no, no, acá no vengan con cuentos, cosa de hermanos se arreglan entre ustedes. Nosotros no somos jueces-, mi desquite venía por el lado del salvoconducto que me daba mi condición femenina y actuaba así.
Precisaba la ubicación de mi papá en la casa, luego la de mi hermano, hacía cálculos y esperaba el momento oportuno. Cuando se daba, me acercaba sigilosamente hasta mi presa, y le aplicaba un tongo estratégico cargado de furia en el centro de la cabeza, antes de que la bestia reaccione corría a toda velocidad al lado de mi viejo. Desde allí lo observaba mientras me hacía señas desde la puerta, mímicas horrendas de cómo me trozaría, ahorcaría y mil atrocidades más. No osaba traspasar el umbral porque se acordaba claramente de la cara de papá diciéndoles -Al que veo que la toca a su hermana, lo fajo. Su hermana, es una nena y las nenas no juegan así. La tocan y ligan, no pregunto por que”.
Y si, una traidora!!! Pero bueno, de alguna manera había que vengarse. Cuando la sagacidad escaseaba, la supervivencia venía de la mano de los contactos.

3 comentarios:

Fender dijo...

Yo soy el mayor, así que conozco muchas de esas cosas.

La mejor era decirle a mi hermanito (le llevo casi tres años) "juguemos al que es más macho".
Entonces le proponía alguna cosa insufrible, que el hacía con un esfuerzo cada vez más desconfiado, porque me ganaba demasiado fácil. Desafíos: tomar agua podrida, aguantarse 20 golpes en el brazo, correr 400 metros a toda velocidad, etc. Claro, yo no hacía nada de eso, pero él sí. Y con mis amigos nos reíamos.

Saludos.

Lady Kelvin dijo...

Ahhhh! pero vos sos de los malos malos, como el que me toco sufrir a mi. Encima te burlabas con tu amigos.
Y bueno, debe ser algo común entre hermanos, creo.
Decí que tenía a mi hermano menor que con el tiempo lo persuadí para que se pliegue a mis propuestas. Claro, que para él yo era la mayor, pero nunca le hice maldades.
Ustedes deben ser de otra raza, ahora que lo pienso, bien merecido el tongo, mirá!

Cassandra Cross dijo...

Bien, Milady! yo no pienso que sea usted traidora ni mucho menos... el hermano aprovechón se merecía que usted lo mandara al frente con los señores padres.

Paradójicamente, yo siempre fui la víctima de las conjuras de mis hermanos menores (nena y varón, en orden de nacimiento). Pero porque les tenía el tongo prohibido: pese a haber poquísima diferencia de edad entre los tres, yo era notablemente más alta y "potocuda", y mis viejos, previendo que mi fuerte nunca serían las trifulcas verbales, me contenían para que no los fajara...

Y encima, era bastante inocentona. Jamás se me pasó por la cabeza (al día de hoy) sacar ventaja de mis hermanos.