miércoles, 19 de marzo de 2008

Días de furia

Hay dos choferes, dos, de la línea de ómnibus que me lleva hasta el laburo a los que a diario les deseo las desgracias mas horrorosas. Ambos gordos, de bigotes e intratables.
Nunca están de buen humor, jamás se apuran con una respuesta cordial. Inquietud?, saludo?, lo mismo da, te ignoran.
Constantemente encuentran a alguien para maltratar, si no es porque no se corren para el fondo, es porque la moneda pasa de largo o la tarjeta se atora en esas máquinas infernales y por supuesto que “no, entonces no puede viajar”.
Tienen la enferma costumbre de frenar unos cuantos metros después de la parada, y ahí sale disparado uno, para poder abordar la mierda esa que manejan, improvisando un trote torpe para alcanzarlos, mientras ellos observan totipotentes orgullosos de hacerte mover un poco las cachas.
Manejan mal, muy.
Los odio!.
Como no soy portadora de una verba exultante como las de los que pelean a viva voz por sus derechos, ni arremeto tampoco con la labia violenta de esos que acompañan su enojo con gestos y amenazas, cada puto día entro en un círculo vicioso que pasa por:
Esperar el cole-me toca chofer forro-me forrea (claro)- rumiar todo lo que le diría-no decirle-impotencia-bronca-autoconvencimiento de que soy un ser civilizado-repetir mil veces que estoy más allá (?)descenso-bronca hacia mi-laburar-esperar el cole………
Pero es que no puedo, no me sale la voz esa puteadora. Cuando me enojo es como que me cierra la garganta y me brota una frecuencia aflautada, maricona, que no da miedo, sinó lástima. Entonces a medida que hablo y me escucho me bloquea ese timbre debilucho y cagón sin la carga intimidante de furia que debería llevar y toda mi puesta en escena figurada se va por el caño cuando, de pura impotencia, se desbarrancan las ganas de llorar. Y escuchame, ni en en pedo! Yo lloro por cosas importantes, si hay algo que tengo es amor propio y no, no me va el papel de pobrecita, no me gusta.
Bien, hoy me tocó uno de estos eunucos al volante y todo el viaje vine pensando porque no soy violenta. Y no, no es que sea buena, error! Puedo ser muy mala, pero de otra manera. Te aplico la indiferencia, desapareces de mi vida, nunca más te registro, soy irónica, silencios demoledores, falta total de atención a lo que digas o hagas. Si muchas veces, eso también resulta violento. Pero no por exceso, sino por falta de.
Solo una vez me asusté, de mi conducta digo. Una noche que íbamos a estacionar frente al video club y un imbécil se metió, de prepo, en el espacio en el que estábamos maniobrando para entrar.
Un incrédulo y furioso A. recién operado, flaquito, blanco, peladito…….etc, ect. Abandona el volante. Su cerebro aún guardaba su imagen de cuando estaba sano y macizo, su cerebro era ciego a lo que le devolvía el espejo en esos días.
A, decía, bajó del auto y el otro sacó pechito y se anticipó diciendo: -Mirá, yo estaciono acá porque acá tengo mi negocio y sino después no consigo lugar. Te lo juro, con esa impunidad. Era imposible que no se diera cuenta que A. estaba enfermo, absurdo te diría. Bueno, palabra va…palabra viene, pum! Piñas, dos más salieron del quiosco a ayudar (como si hiciera falta) y sumando eran tres contra A. que va a parar sobre unas mesas. Yo lo veo por el espejo retrovisor y entonces…….sucedio:
Baje del auto, corrí hasta allí y mientras gritaba con voz de trueno (nada de flautita) “paren cagones de mierda, putos, no ven que está enfermo!!!” me agarré a piñas, si yo también repartí. Escuchá, me agarré a trompadas, y experimenté como la adrenalina no te deja pensar, evaluar cuando detenerte, si te duele o le va a doler. Pero claro, eran tres contra un operado y una mina. Esta bien a mi nadie me pegó, es más lo que yo pegué parece no haberle dolido a nadie, pero en un momento corro hasta el auto y agarro el matafuego, si, si, ma-ta-fue-go. Y ahí….no me acuerdo mucho, se metió gente, lo sacó a A. del medio me tranquilizaron a mi, putearon a los del quiosco. Nos ayudaron a juntar las cosas, subimos al auto manejamos dos cuadras, frenamos frente a la escuela Normal, apagamos el auto y nos pusimos a llorar, como dos nenes. Totalmente desconsolados.
Él me confesó más tarde, que no podía dejar de pensar en mí expuesta y vulnerable a una situación tan arriesgada. Qué no se podía sacar los tipos de encima para ponerme a salvo. Que todo era como una pesadilla que se le iba de las manos. Que no le importaba pegar a nadie, sólo quería alejarme de esos dementes y no podía, no.
En cambio yo, lloraba porque me preocupé tanto por él que no medí consecuencias. Impresionada al punto de sentir los pelos erizados en la nuca, ese día averigüe que también puedo ser un monstruo, demencial. Ese día, alguien me agarró de los hombros y sosegó mi furia justo cuando el descontrol me ponía ese matafuego en la mano y me incitaba a reventarle el coso en la cabeza a uno de los tipos. Cuando bajaron las pulsaciones, me pregunté aturdida: “de dónde me salió eso?”.
Creo que soy portadora de la ira de los mansos. Creo que nadie sabe de lo que es realmente capaz. Creo que esos choferes, depositarios de mi asco, el día que me vean en la parada con un matafuego, deberían pisar el acelerador y seguir su marcha haciéndose los boludos. Porque muchachos, no, bombero voluntario no soy.

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