martes, 17 de marzo de 2009

A.

A. no puede comer cualquier cosa que se le ocurra. Lo dijeron los doctores, todos y cada uno, hasta que las enzimas hepáticas vuelvan a la normalidad.
A., como es sabido por los que tienen el gusto de conocerlo, prefiere siempre el camino de la ignorancia de ciertos temas médicos. Creo que eso le ha jugado bastante a favor en algunos aspectos, en otros es una lucha diaria.
A. le pone diminutivo a todo y pretende que con esa ligera maniobra alcanza para quitarle lo nocivo. Por ejemplo salchichitas, milanesitas con huevitos fritos, salamincito…y así la lista hasta el infinito.
A. va a discutirme, sin ponerse colorado, acerca de las bondades de los embutidos o la inocuidad, para el correcto funcionamiento hepático, de una cerveza o cualquier fritanga.
A. siempre me va a retrucar, después de hacerme argumentar como una boluda, y vos, cuando te recibiste de médica?.
A. es A., una bestia. Caprichoso e intratable a la hora de comer.
Yo tendría que haber sospechado esto en nuestra primera cita, cuando se lastró 7 porciones de pizza de panceta y huevo frito (un huevo por porción) + cervezas, para salir luego livianito como si se hubiera tomado un té.
Acá, la equivocada soy yo. A. siempre fue A. fiel a su estilo, un bárbaro gastronómico. Jamás una pose naturista o vegetariana. Yo, en cambio, me hice la superadita y no demostré mi estupor ante el volumen y calidad de lo ingerido por éste animal aquella fatídica noche. Ahí tenía que haber rajado, ése era el momento.
Ahora, ahora ya es tarde.
Así que, chito la boca!.

1 comentario:

Cassandra Cross dijo...

En mi relación, yo vendría a ser A.
Seguro este post viene a cuento de que usted es la que cocina en casa, Milady :-P
La compadezco de todo corazón!