A. no puede comer cualquier cosa que se le ocurra. Lo dijeron los doctores, todos y cada uno, hasta que las enzimas hepáticas vuelvan a la normalidad.
A., como es sabido por los que tienen el gusto de conocerlo, prefiere siempre el camino de la ignorancia de ciertos temas médicos. Creo que eso le ha jugado bastante a favor en algunos aspectos, en otros es una lucha diaria.
A. le pone diminutivo a todo y pretende que con esa ligera maniobra alcanza para quitarle lo nocivo. Por ejemplo salchichitas, milanesitas con huevitos fritos, salamincito…y así la lista hasta el infinito.
A. va a discutirme, sin ponerse colorado, acerca de las bondades de los embutidos o la inocuidad, para el correcto funcionamiento hepático, de una cerveza o cualquier fritanga.
A. siempre me va a retrucar, después de hacerme argumentar como una boluda, y vos, cuando te recibiste de médica?.
A. es A., una bestia. Caprichoso e intratable a la hora de comer.
Yo tendría que haber sospechado esto en nuestra primera cita, cuando se lastró 7 porciones de pizza de panceta y huevo frito (un huevo por porción) + cervezas, para salir luego livianito como si se hubiera tomado un té.
Acá, la equivocada soy yo. A. siempre fue A. fiel a su estilo, un bárbaro gastronómico. Jamás una pose naturista o vegetariana. Yo, en cambio, me hice la superadita y no demostré mi estupor ante el volumen y calidad de lo ingerido por éste animal aquella fatídica noche. Ahí tenía que haber rajado, ése era el momento.
Ahora, ahora ya es tarde.
Así que, chito la boca!.
martes, 17 de marzo de 2009
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1 comentario:
En mi relación, yo vendría a ser A.
Seguro este post viene a cuento de que usted es la que cocina en casa, Milady :-P
La compadezco de todo corazón!
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